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20 septiembre 2012

Olfato y el oído de los perros, sus mejores armas

El perro siempre ha destacado a lo largo de la historia por su extraordinario olfato. Una de las principales características de todas las razas caninas es el hecho de estar dotadas de un especial sentido olfativo que les permite percibir sensaciones que a nosotros nos resultan imposibles. No es de extrañar, por lo tanto, que se hayan convertido en el pilar fundamental de muchos equipos de rescate y de detección de drogas. Es en la agudeza olfativa donde aparecen las mayores diferencias entre humanos y perros.

De hecho, para las personas el olfato es casi inexistente; en cambio, para los perros, este sentido tiene mayor importancia que los otros. Debido a las diferencias anatómicas entre ambas especies, a los humanos se los define como microsmáticos y a los caninos como macrosmáticos. Estas diferencias se ubican a nivel de la cavidad nasal y en las partes del cerebro encargadas de procesar la información olfatoria, las cuales son mucho más pequeñas en el hombre que en los perros.

Su olfato no tiene rival

A modo de ejemplo podemos señalar que el hombre posee alrededor de cinco millones de células olfatorias en su cavidad nasal, las cuales ocupan un área de 500 milímetros cuadrados, mientras que los perros poseen aproximadamente 220 millones de células sensibles al olor en un área de 7000 milímetros cuadrados. Sin embargo, la capacidad olfatoria del perro es mucho más aguda en comparación con la del ser humano de lo que indican estos números. Algunos científicos han comprobado, mediante diferentes estudios, que la capacidad en los perros podría superar en alrededor de un millón de veces a la de los humanos.

Una de las pruebas más interesantes es el llamado ‘test del portaobjeto’. En este test, un portaobjeto de vidrio es tocado por un ser humano. Luego se guarda junto a otros similares durante un período de seis semanas. Después de ese tiempo, se sacan los portaobjetos y se le permite al perro que los olfatee. Se ha demostrado que el perro no sólo es capaz de identificar el que ha sido tocado, sino también a la persona responsable de haberlo hecho.

Finalmente, es también importante mencionar que los perros son capaces de individualizar a diferentes personas, sean parientes o no; sólo han mostrado algunos problemas a la hora de diferenciar gemelos. Esta gran capacidad olfatoria es utilizada por los perros como medio de comunicación, ya que gracias a ella pueden identificar su propio territorio, reconocerse individualmente unos a otros, detectar una hembra en celo, y demás. Debido al gran refinamiento de este sentido, muchos perros son utilizados para detectar drogas y rescatar víctimas bajo la nieve o bajo los escombros de un terremoto, tarea que todavía no ha sido superada por ningún elemento creado por el hombre.

Un oído muy fino

Con respecto a la agudeza auditiva, las diferencias entre caninos y humanos depende de la frecuencia de los sonidos. Si éstos son de baja frecuencia, la capacidad de ambas especies es similar, ya que en el perro el límite inferior es de alrededor de 15 ciclos por segundo, mientras que en el hombre es de aproximadamente 18 ciclos por segundo. En cambio a frecuencias más elevadas los perros son muy superiores, ya que son capaces de percibir sonidos que para nosotros son ultrasónicos.

El límite máximo en los perros es de 60.000 ciclos por segundo, mientras que en los humanos es de 20.000 ciclos por segundo. Si nos referimos nuevamente a los ancestros del perro, encontraremos una explicación al porqué de esta superioridad. Si bien los lobos no producen sonidos ultrasónicos, los roedores, que son presa habitual de estos predadores, sí lo hacen. La habilidad de los lobos para percibir este tipo de sonido los capacita para detectar y localizar esta clase de presa.

En cuanto a la percepción de sonidos distantes las diferencias entre caninos y humanos también son notables. Los perros pueden detectar un sonido débil a una distancia entre cuatro y cinco veces mayor que un ser humano. Debido a esta habilidad los perros deben acostumbrarse a ignorar muchos de los sonidos que se producen en el hábitat de los humanos para disminuir su estrés. Algunas veces este proceso de aprender a ‘no oír’ se produce lentamente, sobre todo en perros más excitables. Un ejemplo típico son los ladridos ’sin motivo’ -para el dueño- o la sensibilización que ocurre ante los truenos, que suelen provocar gran temor en los animales.

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